martes, 13 de mayo de 2014

No sé.


Yo no sé quiénes se creen que son. Yo no sé qué derecho creen que tienen, yo no sé cómo pueden hacer tanto daño. Yo, definitivamente, no sé.
Yo no sé qué hacer. No sé qué va a ser de mí, qué quedará de mí cuando todo esto (Dios lo quiera) termine. Porque no quiero seguir así. No quiero seguir sufriendo. Y no sé hasta cuándo tendré que sufrir.
No sé qué fue de las rosas que eran mis promesas, ni sé cuando se marchitaron junto a mis sueños. Porque, si el destino de toda flor es marchitarse, no quiero imaginar cómo será mi vida, que aún no ha florecido siquiera. Sé lo que no quiero. Y no quiero seguir arrastrándome, clavando mis uñas en la tierra con la desesperación de llegar al otro lado del mundo. Porque hay mucho que recorrer.
No sé qué pretenden. No sé qué les he hecho yo para merecerlo. Cada insulto es un puñal y cada desprecio es un disparo. Mi dignidad se ve reducida a escombros y mi orgullo, a cenizas. Y empiezan a convencerme de una realidad que no es cierta. Y es que, a pesar de todo, los que se equivocan son ellos. Yo no les hago el daño que ellos me hacen.
Y para qué seguir ocultándolo, si tan convencido estoy de que no hay amanecer para mí. Estoy hablando de dos personas. Dos personas con las que vivo y convivo. Son mi padre, y mi hermana. Y empieza a darme igual lo que quiera que debe suceder. Si debo morir, moriré. Pero gritaré por la justicia que merecía y sin embargo me repudiaron.
No sé a qué están jugando. No sé si ellos realmente son felices. No sé si encuentran placer en burlarse de mí continuamente, en faltarme al respeto, en hacerme sentir sucio y putrefacto. Para ellos no soy nadie (peor para ellos, pero...), y sin embargo soy su juguete perfecto. Juegan conmigo pensando que no me romperé, y por ello se apuestan y juegan a intentarlo lo más insistentemente posible. Que si “Maricón”, que si “Mientras no sea como tú”. No sé si ellos lo ven como algo lógico. Sólo sé, que yo no sería capaz de vivir si estuviera haciendo ese daño a alguien.
Pero yo sigo aquí. Si estoy escribiendo esto, es porque aún no me he rendido. Porque me agarro de un clavo ardiendo. Porque mi único combustible son las distraídas risas con mis amigos, y los versos de Mario Benedetti en los días más oscuros. Pendo de un hilo. Y no sé cuándo se romperá ese hilo.
No sé por qué me felicitan. No sé por qué me dicen “Ánimo, sigue adelante. Lo estás consiguiendo”. No sé por qué lo creen. La única razón por la que quiero salir de aquí, es porque quiero vivir, y entre estas paredes no me dejan. No hablo de salir literal, sino de que maten de una vez, o dejen de torturar. Porque no, tampoco sé cuál es la solución. Y no sé, por qué todos creen que vivo día a día, si día a día me siento más y más muerto.
Yo no sé. Definitivamente, no sé. No sé, no sé, y no sé.
Y sinceramente, si lo pienso bien, tampoco quiero saber.

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