domingo, 7 de diciembre de 2014

Muerte.

Quieren que muera.
Y lo entiendo. Ni yo mismo me soporto a veces. De hecho, la mayoría del tiempo. Pero qué le vamos a hacer. Es algo con lo que he aprendido a convivir.
Deberían aprender también ellos. Me refiero a aquellas personas que detestan la idea de que yo sea feliz, por mínima que sea. Y me duele.
Nunca hice nada a maldad. No merezco que me dañen. No merezco que me humillen, desprecien, y mancillen mi nombre (Cualquiera de los que tengo) con historias absurdas y crueles. Hay que dejar de prejuzgar por envidia.
Aunque no tengo del todo claro que sea por envidia. Pero no me importa. La envidia es sólo un azulejo más de la vidriera de la maldad humana.
Decía Segismundo en su monólogo "Pues el delito mayor / del hombre es haber nacido". Y ese habrá sido mi error.
Muchas veces, lo reconozco, lo deseé. "Ojalá no hubiese nacido", fue mi horrible deseo. Y aún hoy día, me atrevo a confesar, lo pienso muchas veces. Creo que si no existiese mucha gente sería más feliz. Yo también, de hecho. Para mí la vida guarda tantos secretos que sufrí, que desearía no haber vivido. Pero bueno. Ya que estoy aquí, pues palante.
Es una desgracia que haya personas que se atrevan a ignorar mis virtudes y señalen mis defectos con los dedos acusatorios. Es una vergüenza que se permita si quiera ese tipo de actitudes.
Pero bueno. Yo sólo no voy a cambiar el mundo, pero voy a poner mi granito de arena. Entiendo que haya quien desee mi muerte como yo la deseé tiempo atrás ( y no tan atrás). Pero de momento voy a seguir aquí dando por saco. Vamos a tener que irnos acostumbrando.