miércoles, 26 de marzo de 2014

UN PEQUEÑO CUENTO ORIGINAL: “El gran salto”.


"Cuando era pequeño, tomó una costumbre un tanto curiosa. Todo porque un día, al salir de casa para ir al colegio, pasó junto al olivo del jardín de su casa, y se le quedó mirando fijamente. Subió hasta la rama más baja, a aproximadamente un metro y medio del suelo. Miró al suelo, respiró hondo, y saltó.
No pasó nada. Cayó en cuclillas al suelo. Y después, simplemente, se levantó, se sacudió las manos de tierra, y echó a andar hacia el colegio.
Desde entonces, todos los días, antes de cruzar la valla del jardín, se subía a esa rama del olivo, respiraba hondo, y saltaba. Jamás lo olvidaba, y se convirtió en rutina para él.
Un día, su madre miraba por la ventana cómo su hijo se encaminaba al colegio. Y vio entonces el extraño ritual del pequeño. Cuando vio al niño caer, en seguida se asustó, pero observó que su hijo se levantaba, se sacudía, y se marchaba. Sin lágrimas, sin gritos, sin un solo rasguño.
Ese mismo día, más tarde, la mamá habló con el pequeño. Le interrogó acerca del salto, y de por qué hacía eso.
-Intentaba volar, mamá -fue la respuesta-. Si no lo intento, jamás lo conseguiré.
La madre se quedó sin palabras. Preocupada, decidió llevar a su hijo a un buen psicólogo, por si quizá el niño sufriera de algún tipo de trastorno de percepción de la realidad.
Siguió saltando cada día desde la rama del olivo, a pesar de los monótonos consejos del doctor, que le decía que jamás podría volar, pues el ser humano carecía de esa capacidad. Así, su mamá se dio cuenta de la inutilidad de las consultas, y decidió dejar que el niño siguiera con su fantasía infantil, que al fin y al cabo, resultaba un tanto tierna.
Creció. Se convirtió en un muchacho fuerte, y valiente. Y jamás dejó de subirse al olivo cada mañana al salir de casa. Y su mamá lo miraba, curiosa, y un tanto orgullosa de que el chico tuviese sus propios ideales y olvidar las voces que le instaban a lo contrario.
El tiempo volaba, y antes de darse cuenta, pasó a ser todo un hombre. Era inteligente, sabio, y muy bravo. No tenía ningún temor, y trabajaba duro cada día. Era el hijo del que toda madre se habría sentido orgullosa. Y aun con sus casi 30 años de edad, seguía con la costumbre del salto. Ya era conocido en el barrio por eso. Y le daba igual, lo que opinaran de él. Seguía esperanzado con que algún día sería capaz de volar.
Y así, el tiempo pasó imparable. Conoció a la mujer de sus sueños, se casó, y formó una familia. Vio a sus hijos crecer, como su madre, muy orgullosamente. Algún tiempo después, tuvo que despedirse de ella. “Te quiero. Sigue así. Sigue adelante”, fueron las palabras de despedida de ésta.
Ya miraba la vida desde detrás de las arrugas de su rostro. Los años no pasan en balde, y lo notaba. Y aun con 40, 60 o 70 años a la espalda, se negaba a abandonar su árbol favorito. Y un día, entre las lágrimas de sus seres queridos, abandonó este mundo, como ya le correspondía.
Su familia jamás olvidó sus últimas palabras.
Algún día podré volar”
No le importaron las críticas, las opiniones ni los comentarios de los demás. Le dio igual que para algunos solo fuera “el chalado del olivo”. Decidió luchar por su sueño desde la infancia. Y murió, como todos lo hºaremos algún día, pero él murió feliz, sabiendo, que algún día, volaría..."

Leo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario