Y es curioso, porque de pequeños lo que mejor sabemos hacer es pedirlas. Querer saber todos los secretos del mundo que nos rodea, dejarnos dominar por esa curiosidad infantil tan entrañable.
Pero claro, papá y mamá tienen que contestar resignados a nuestras infinitas preguntas de por qué esto y por qué lo otro.
La RAE define el término "Explicación" como "declaración o exposición de cualquier materia, doctrina o texto con palabras claras o ejemplos, para que se haga más perceptible". Si lo cogemos por ahí, podemos deducir que se piden explicaciones cuando "no se percibe o se sabe algo". Más o menos. Qué se yo.
El hombre ansía la libertad en sus actos, y una de las características que la libertad conlleva es no tener que "exponer de forma más perceptible" a nadie sobre lo que lleva a cabo o no lleva a cabo. Lo digo yo, que tengo que estar haciéndolo día a día.
No sé realmente por qué habitualmente se resopla cuando se nos interroga sobre algo (¿os habéis fijado?). Quizá por lo monótono que resulta o lo irritable que es la situación de después: que se te ofrezca un consejo que no has pedido. En cualquier caso, me declaro culpable de no querer dar explicaciones a nadie.
Sin embargo, ya puedes desear lo que quieras, que en ningún momento de tu vida vas a dejar de darlas, porque te las van a pedir SIEMPRE. Desde un grado de autoridad superior, desde un grado de afectividad o preocupación familiar... pero nace pidiendo explicaciones y se vive dándolas (Ya lo aseguraba el Principito, con sus constantes "Las personas mayores necesitan explicaciones constantemente"). Mi consejo, siempre desde la inexperta voz de un adolescente algo ignorante, es que tengamos siempre tanta paciencia como podamos. Oye, y quién sabe, quizá no dar las explicaciones tan claras y dejar que el interrogador piense y razone por su propia cuenta..."
Leo.
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