jueves, 20 de marzo de 2014

Quien se ancla al pasado, encadenado queda.


Y no es para menos. Quien llora por lo pasado, sufre por lo presente y teme lo futuro. Y nadie en el mundo debería tener que vivir así.
El más característico poder del tiempo, es su capacidad para cambiar. Y es que, si sólo nos lamentamos de ese cambio, en lugar de aprovecharlo, ¿en qué nos convertiremos?
Tenemos que aprender a dejar atrás. A olvidar, o quizá a recordar con amor en lugar de arrepentimiento u odio. El odio puede ser una fuerte canalización de energía, pero de igual forma puede llevar a la destrucción. A donde quiera que se enfoque, no dejará más que cenizas de lo que pudo ser vida.
Nos queda mucho por recorrer, a pesar de lo que ya hemos recorrido. Eso es algo que aprendí personalmente. No digo nada de esto con la ignorancia que cualquiera emplearía. Te hablo desde el punto de vista más humano de que puedo emplear.
Qué importa. Qué importa lo que pudiste sufrir. Alégrate por lo que vas a disfrutar. La vida es una, no lo olvides, ¿y vas a emplear algún tiempo preocupándote por “Qué hubiera sido si...”?
Aprendí a la fuerza que hay que mirar hacia adelante si no quieres que el pasado te destruya. Que vivir cada día con la máxima fuerza y la mayor intensidad posibles. Ama, HOY. Y también el “hoy” de mañana. Porque no existe preocupación por el futuro tampoco. Existe la del ahora que será en algún momento. Eres una hermosa mezcla de tres factores: Tu energía del hoy, tus lecciones del pasado, y tu esperanza del futuro.
No permitas que te derriben. Rodéate de quienes te hacen sentir bien por cómo eres. Por los que te valoran por la belleza que hay en ti. Yo estoy contigo, si me necesitas.
Y así, de las lágrimas que derramaste, brotarán las más bellas flores.

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