Yo no sé quiénes se creen que son. Yo no sé qué
derecho creen que tienen, yo no sé cómo pueden hacer tanto daño.
Yo, definitivamente, no sé.
Yo no sé qué hacer. No sé qué va a ser de mí, qué
quedará de mí cuando todo esto (Dios lo quiera) termine. Porque no
quiero seguir así. No quiero seguir sufriendo. Y no sé hasta cuándo
tendré que sufrir.
No sé qué fue de las rosas que eran mis promesas, ni
sé cuando se marchitaron junto a mis sueños. Porque, si el destino
de toda flor es marchitarse, no quiero imaginar cómo será mi vida,
que aún no ha florecido siquiera. Sé lo que no quiero. Y no quiero
seguir arrastrándome, clavando mis uñas en la tierra con la
desesperación de llegar al otro lado del mundo. Porque hay mucho que
recorrer.
No sé qué pretenden. No sé qué les he hecho yo para
merecerlo. Cada insulto es un puñal y cada desprecio es un disparo.
Mi dignidad se ve reducida a escombros y mi orgullo, a cenizas. Y
empiezan a convencerme de una realidad que no es cierta. Y es que, a
pesar de todo, los que se equivocan son ellos. Yo no les hago el daño
que ellos me hacen.
Y para qué seguir ocultándolo, si tan convencido estoy
de que no hay amanecer para mí. Estoy hablando de dos personas. Dos
personas con las que vivo y convivo. Son mi padre, y mi hermana. Y
empieza a darme igual lo que quiera que debe suceder. Si debo morir,
moriré. Pero gritaré por la justicia que merecía y sin embargo me
repudiaron.
No sé a qué están jugando. No sé si ellos realmente
son felices. No sé si encuentran placer en burlarse de mí
continuamente, en faltarme al respeto, en hacerme sentir sucio y
putrefacto. Para ellos no soy nadie (peor para ellos, pero...), y sin
embargo soy su juguete perfecto. Juegan conmigo pensando que no me
romperé, y por ello se apuestan y juegan a intentarlo lo más
insistentemente posible. Que si “Maricón”, que si “Mientras no
sea como tú”. No sé si ellos lo ven como algo lógico. Sólo sé,
que yo no sería capaz de vivir si estuviera haciendo ese daño a
alguien.
Pero yo sigo aquí. Si estoy escribiendo esto, es porque
aún no me he rendido. Porque me agarro de un clavo ardiendo. Porque
mi único combustible son las distraídas risas con mis amigos, y los
versos de Mario Benedetti en los días más oscuros. Pendo de un
hilo. Y no sé cuándo se romperá ese hilo.
No sé por qué me felicitan. No sé por qué me dicen
“Ánimo, sigue adelante. Lo estás consiguiendo”. No sé por qué
lo creen. La única razón por la que quiero salir de aquí, es
porque quiero vivir, y entre estas paredes no me dejan. No hablo de
salir literal, sino de que maten de una vez, o dejen de torturar.
Porque no, tampoco sé cuál es la solución. Y no sé, por qué
todos creen que vivo día a día, si día a día me siento más y más
muerto.
Yo no sé. Definitivamente, no sé. No sé, no sé, y no
sé.
Y sinceramente, si lo pienso bien, tampoco quiero saber.
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