He encontrado una nueva página del Diario de los
Sueños. En esta ocasión, la temática del pequeño relato presenta,
entre otras, la demencia, el orgullo, y el honor. Todo ello teñido
bajo la sombra de un oscuro asesinato.
"El capitán apoyó la mano sobre la mesa del camarote, y
se levantó, inclinándose hacia adelante y disminuyendo la distancia
entre su rostro y el de Edward.
-Ten mucho cuidado. Quien a hierro mata, a hierro muere.
Muere. Esa última palabra retumbó en su cabeza como el
eco de una voz amenazadora en el valle. Muere. Como lo hizo Jeanine.
Ambos se quedaron mirando fijamente un buen rato. Era
evidente que el capitán pretendía infundir aún más temor en el
marinero. Aunque, la realidad era bien distinta. Ninguno de los dos
lo sabía, pero ambos se tenían el mismo temor entre sí.
-Fuera.-dijo el capitán, sin levantar la voz ni cambiar
su postura ni su mirada. Edward se levantó, igual de calmado y
sereno, para no mostrar debilidad. Y luego, lentamente, y dándole la
espalda al enfurecido marinero, abandonó el camarote.
Una vez en la puerta, respiró hondo, y miró al suelo.
No era ningún secreto. La única razón por la que el
capitán no lo había acusado, torturado y ejecutado (por pura
venganza, por supuesto), era la falta de pruebas. Pero eso no
importaba: Él creía que Edward era el culpable de la muerte de la
muchacha.
Enrojeció de ira. No, él no era el asesino, a pesar de
saber quién lo hizo. Y lo único que evitaba que abriese sus labios
para delatarlo, era su honor, y el pacto de sangre que lo
certificaba. “El viejo se equivoca”, pensó. “No fui yo quien
mató a tu hermana, miserable”. Y, a pesar de todo, la rabia se
sublevó ante la calma, y se apoderó de sus ojos, nublándolos. ¿De
verdad era él así? ¿Le creía el capitán capaz de cometer un
asesinato? Por un momento, se odió. Veía en su futuro el pago del
delito de otros. Y no era nada justo.
Seguía tras la puerta del camarote, de pie, con las
lágrimas precipitándose de sus ojos directamente al suelo. Le
estaban convirtiendo en un monstruo. Y él no quería serlo. Nunca
quiso mal de nadie cuando decidió embarcarse en aquella maldita
travesía.
Pero ahora era distinto. Ahora sí tenía algo en contra
de alguien. Y ese algo, eran las hirientes palabras del viejo
apaciblemente sentado tras la puerta. Cómo se había atrevido, a
acusarle, aun indirectamente, de algo tan grave y miserable como el
asesinato de una muchacha.
Pero lo de la hermana del viejo quedaba al margen.
Aquello era algo entre el joven y el bucanero, que había herido y
hundido su honor. Y debía pagar por ello.
Lo pensó, y no vio otra solución. Ni si quiera había
apartado su mano izquierda del pomo de la puerta. Y con la derecha,
desenfundó el puñal que siempre llevaba prendido de la parte
derecha de su pantalón. La hoja relució y se secó las lágrimas
con la manga de la camisa. Apretó los dientes, y se aferró al mango
de su fiel amigo.
Y abrió de nuevo la puerta.
Debía pagar por ello."
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