Vivimos en un mundo dominado por la hipocresía y la falsedad. Tenemos miedo a la verdad y por eso maquillamos nuestras emociones y disfrazamos nuestras palabras. Fingimos ser felices para no aparentar debilidad a los demás.
Y qué quereis que os diga. Que estoy muy cansado. Que la vida no está ahí para ser despreciada sustituyéndola por una mentira, y lo hemos olvidado.
Dicen que en el siglo XXI no se podría sobrevivir sin la mentira. No hablo de la mentira como algo malo, realmente. Porque todos mentimos alguna vez, ¡por el amor de Dios! Negar eso sería como negar la existencia del aire.
Pero de ahí, al exagerado uso que hacemos de las máscaras que ocultan quienes realmente somos hoy en día, hay un paso muy grande. Enorme. Más bien un abismo. Lo ocasiona un deseo de superioridad y un horror a la inferioridad social (que no existe, por supuesto), y que nos hace pensar que para sentirse bien hay que ser altivo y aparentar felicidad.
La felicidad fingida es una de las peores maldiciones sufribles. Si no eres feliz, por lo menos presume de que lo estás intentando. No ocultes lo que eres, pues es lo más bello que tienes. Y sé sincero, siempre. Yo sé que cuesta a veces, yo mismo soy un embustero de campeonato. Pero intento siempre ofrecer mi más humana sonrisa. Y si no tengo ganas de sonreir, pues no sonrío. Nadie va a sentirse triunfante por estar mejor que yo. Es más, para mí, no hay sensación más hermosa que sentirse uno mismo. Lo demás da igual. Piénsalo.
Leo.
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